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The Lost Dimension, Ed.Semiotexte, New York, 1991.
Sobreexposición: fenómeno que
consiste en aplicarle al negativo fotográfico más luz de lo indicado,
para que al revelarlo se obtenga una luminosidad más allá de lo normal.
A principios de los '60, cuando los ghettos negros
se estaban amotinando, el alcalde de Philadelphia proclamó: "De aquí en
más, las fronteras del Estado se trasladan al interior de las ciudades".
Al mismo tiempo que tal proclama describía la realidad política de
todos los norteamericanos que sufrían discriminación, también apuntaba a
una dimensión más amplia, dada la construcción del muro de Berlín, el
13 de agosto de 1961, en el seno de la antigua capital del Reich.
Desde entonces, aquella proclama se ha visto
confirmada una y otra vez: en Belfast y Londonderry, hasta no hace
mucho, ciertas calles tenían pintada una línea amarilla para separar el
lado católico del lado protestante, de modo tal que nadie transpusiera
los límites, dejando una tierra de nadie intermedia para que las
comunidades estuvieran divididas lo más claramente posible. Y también
tenemos el caso de Beirut, con sus barrios este y oeste, sus tortuosas
divisio-nes internas, sus túneles y boulevares minados.
Básicamente, la declaración del alcalde reveló la
existencia de un fenómeno general que en aquel momento recién estaba
empezando a conmocionar tanto a las ciudades capitales como a los
pueblos y los caseríos: el fenómeno de introversión obligatoria, por el
cual la ciudad padecía los primeros efectos de una economía
multinacional moldeada según los lineamientos de las empresas
industriales, un verdadero re-despliegue de tropas urbanas que pronto
contribuyó a la subdivisión de ciertas ciudades obreras, como Liverpool y
Sheffield (Inglaterra), Detroit y Saint Louis (USA), Dortmund
(Alemania), y todo esto en el preciso instante en que se estaban
edificando otras áreas en torno a los enormes aeropuertos
internacionales: por ejemplo, el METROPLEX, un complejo metropolitano
entre Dallas y Fort Worth. Desde los '70, y con los inicios de la crisis
económica mundial, la construcción de dichos aeropuertos quedó mucho
más sujeta a los imperativos de la defensa contra los piratas aéreos. Ya
no derivaba de la tradicional iniciativa técnica; los planes iban en
relación directa a los riesgos de "contaminación terrorista" y el
emplazamiento de lugares concebidos como zonas estériles para las
salidas y zonas no estériles para las llegadas. De pronto todos los
procesos de carga y descarga -sin considerar los pasajeros, el equipaje,
o el tipo de carga- y todas las vías de tránsito en los aeropuertos
debieron someterse a un sistema de control de tráfico interior/exterior.
La arquitectura resultante poco tenía que ver con la personalidad del
arquitecto, ahora surgía de los requerimientos de seguridad pública.
Como última puerta de acceso al Estado, el
aeropuerto llegó a parecerse a los fuertes, los puertos o las estaciones
en lugares de necesaria regulación de intercambio y comunicación,
tam-bién se convirtieron en terreno de creación y prueba de ciertos
delicados experimentos de control y vigilancia aérea, realizados por y
para una nueva "patrulla de aire y de frontera" cuya lucha
anti-terrorista comenzó a trascender con la intervención de los guardias
alemanes GS, G9 en la operación Mogadishu, a miles de millas de
Alemania.
En aquel momento, la estrategia de separar a los
enfermos o a los sospechosos dio lugar a una táctica de intercepción en
viaje. En la práctica, esto significaba revisar la ropa y el equipaje,
lo cual explica la súbita proliferación de cámaras, radares y detectores
de todos los sectores restringidos. Cuando los franceses construyeron
sus "prisiones de máxima seguridad" utilizaron las puertas magnéticas
que los aeropuertos habían usado durante años. Paradójicamente, el
equipamiento que aseguraba la máxima libertad al viajar formaba parte
del sistema carcelario. Al mismo tiempo, en varias áreas residenciales
de los Estados Unidos, la seguridad le estaba confiada exclusivamente a
un circuito cerrado de TV, conectado a una central de policía. En los
bancos, los supermercados y las grandes autopistas, donde los puestos de
cobro se parecían a los antiguos portales de las ciudades, el rito de
pasaje ya no era intermitente: ahora era inmanente.
En esta nueva perspectiva, carente de horizontes, a
la ciudad no se entraba ni por una puerta ni por un "arc de triomphe",
sino mediante un sistema electrónico. Los que circulaban por la ruta ya
no eran considerados como habitantes o residentes privilegiados; ahora
eran interlocutores en tránsito permanente. Desde ahí en adelante, la
continuidad ya no se rompe más en el espacio; ni en el espacio físico de
los terrenos urbanos ni en el espacio jurídico de sus impuestos a la
propiedad. De allí en más la continuidad se quiebra en el tiempo, en un
tiempo que las tecnologías de avanzada y el despliegue industrial van
disponiendo mediante una serie de interrupciones, tales como los cierres
de fábricas, el desempleo, los empleos ocasionales, y los diversos
actos de "desaparición", sucesivos o simultáneos. Todos estos elementos
sirven para organi-zar y luego desorganizar el entorno urbano, al punto
de provocar la irreversible decadencia y degradación de los vecindarios,
tal como sucediera con el plan de vivienda de las cercanías de Lyon, en
el que la "tasa de rotación" de los habitantes llegó a tal extremo
(había gente que se establecía durante un año y luego se mudaba), que
contribuyó a la ruina de un lugar que sin embargo a cada uno de sus
habitantes le parecía adecuado...
* * *
De hecho, desde los cercenamientos originarios, el
concepto de límite ha sufrido numerosos cambios en lo que concierne
tanto a la fachada como al vecindario que ésta enfrenta. De la
empalizada a la pantalla; pasando por los muros de piedra, la
frontera-superficie ha registrado innumerables transformaciones
perceptibles e imperceptibles, de las cuales la última es probablemente
la de la interface. Una vez más, debemos encarar la cuestión del acceso a
la Ciudad de una manera nueva. Por ejemplo, ¿posee la metrópolis su
propia fachada? ¿En qué momento la ciudad nos muestra su rostro?
La frase "ir al centro", que reemplazó a la del
siglo XIX "ir a la ciudad", indica la incertidumbre del encuentro, como
si ya no pudiéramos pararnos frente a la ciudad y permaneciéramos por
siempre en su interior. Si la metrópolis es todavía un lugar, un sitio
geográfico, ya no tiene nada que ver con la oposición clásica
campo/ciudad ni con la de centro/periferia. La ciudad ya no está
organizada en un estado localizado y axial. Mientras que los suburbios
contribuyeron a esta disolución, de hecho la oposición
intramural/extramural colapsó con las revoluciones del transporte y el
desarrollo de las tecnologías de comunicación y telecomunicaciones.
Estas promovieron la fusión de márgenes metropolitanos inconexos en una
masa urbana única.
En efecto, estamos presenciando un momento
paradójico en el cual la opacidad de los materiales de construcción se
reduce a cero. Con la invención de la edificación con esqueletos de
acero, de las paredes cortinas hechas de materiales livianos y
transparentes, tales como plásticos y vidrio, reemplazan las fachadas de
piedra de igual manera en que el papel de calcar, el acetato y el
plexiglás reemplazan la opacidad del papel en la etapa del diseño.
Por otro lado, con el interface pantallas de
computadoras, televisiones y teleconferencias, la superficie de
inscripción, hasta ahora exenta de profundidad, se convierte en una
suerte de "distancia", una profundidad de campo de un nuevo tipo de
representación, una visibilidad sin ningún encuentro cara a cara en la
que el vis-à-vis de las antiguas calles desaparece y es eliminado. En
esta situación, una diferencia de posición se empaña en fusión y
confusión. Privado de límites objetivos, el elemento arquitectónico
comienza a derivar y a flotar en un éter electrónico, carente de
dimensiones espaciales pero inscripto en la temporalidad singular de una
difusión instantánea. De aquí en adelante, la gente no puede ser
separada por obstáculos físicos o por distancias temporales. Con el
interface de las terminales de computadoras y monitores de video, las
distinciones entre "aquí" y "allí" ya no quieren decir nada.
Esta repentina reversión de las fronteras y las
oposiciones introduce en el espacio común cotidiano un elemento que
hasta el momento estaba confinado al mundo de los microscopios. No
existe plenitud; el espacio no está llenado de materia. En su lugar, una
expansión sin límite aparece en la falsa perspectiva de las emisiones
lumínicas de las máquinas. De aquí en adelante, la construcción del
espacio ocurre al interior de una topología electrónica en la cual el
marco de la perspectiva y la trama reticulada de las imágenes numéricas
renuevan la división de la propiedad urbana. El antiguo ocultamiento
privado/público y la distinción entre el hogar y el tráfico son
reemplazadas por una sobreexposición en la cual la diferencia entre
"cercano" y "lejano" simplemente cesa de existir, así como la diferencia
entre "micro" y "macro" se esfumó con el registro del microscopio
electrónico.
La representación de la ciudad moderna ya no puede
depender de la apertura ceremonial de las puertas, ni de las procesiones
y desfiles rituales que alineaban espectadores a lo largo de calles y
avenidas. De ahora en más, la arquitectura urbana tiene que trabajar con
la apertura de un nuevo "espacio-tiempo tecnológico". En términos de
acceso, la telemática reemplaza a la puerta de entrada. El sonido de las
puertas da lugar al martilleo de los bancos de información y a los
ritos de pasaje de una cultura técnica cuyo progreso es enmascarado por
la inmaterialidad de sus partes y sus redes. En lugar de operar en el
espacio de una trama construida socialmente, la grilla de intersecciones
y conexiones de los sistemas de autopistas y servicios ocurre ahora en
las secuencias de una organización imperceptible del tiempo en la cual
la interface hombre/máquina reemplazada las fachadas de los edificios
así como las superficies de los lotes de propiedades.
***
Donde una vez la apertura de las puertas de la
ciudad anunciaba la progresión alternada de días y noches, ahora
despertamos al abrir de persianas y televisores. El día ha sido
cambiado. Se ha agregado un día nuevo al día solar de los astrónomos, al
día ondulante de las candelas, a la luz eléctrica. Es un falso-día
electrónico, y aparece en un calendario de "conmutaciones"
informacionales que no tiene en absoluto relación o lo que sea con el
tiempo real. El tiempo cronoló-gico e histórico, el tiempo que pasa, es
reemplazado por un tiempo que se expone a sí mismo instantáneamente. En
la pantalla de la computadora, un período de tiempo se convierte en
"superficie-soporte" de la inscripción. Literalmente, o mejor dicho,
cinemáticamente, el tiempo se aplana. Gracias al tubo de rayos
catódicos, las dimensiones espaciales se han vuelto inseparables de su
velocidad de transmisión. Como una unidad de lugar sin ninguna unidad de
tiempo, la Ciudad ha desaparecido en la heterogeneidad de ese régimen
comprendido por la temporalidad de las tecnologías avanzadas. La figura
urbana ya no se diseña mediante una línea divisoria que separa el aquí
del allí. Se ha vuelto, en cambio, una tabla de horarios computarizada.
Donde una vez se entraba a la ciudad necesariamente
a través de una entrada física, ahora se pasa a través de un protocolo
audiovisual en que los métodos de recepción y vigilancia han
transformado hasta las formas de saludo público y de recibimiento
diario. En este sitio de ilusión óptica, en el cual la gente ocupa el
transporte y la transmisión de tiempo en vez de habitar el espacio, la
inercia tiende a renovar una vieja sedentariedad, que resulta en la
persistencia de los asientos urbanos. Con los nuevos medios de
comunicación instantáneos, el arribo suplanta a la partida: sin
necesariamente partir, todo "llega".
Hasta una época reciente, la ciudad separaba su
población "intramural" de la exterior a las murallas. Hoy, la gente se
divide según aspectos de tiempo. Donde una vez una zona "céntrica"
entera indicaba un largo período histórico, ahora sólo unos pocos
monumentos lo hacen. Además, el nuevo tiempo tecnológico no tiene
relación con ningún calendario de eventos ni con alguna memoria
colectiva. Es puro tiempo de computadora, y como tal ayuda a construir
un presente permanente, una intensidad sin fronteras, sin tiempo, que
está destruyendo el ritmo de una sociedad crecientemente degradada.
¿Qué es un monumento dentro de este régimen? En
lugar de un pórtico intrincadamente labrado o un paseo monumental
rodeado de suntuosos edificios, ahora tenemos idolatría y monumental
espera por el servicio de una máquina. Todo el mundo está ocupado
esperando frente a algún aparato de comunicación o telecomunicación,
haciendo cola en las estaciones de peaje, examinando los catálogos
líderes, durmiendo con las consolas de computadora en sus mesas de luz.
Finalmente, la entrada se convierte en un transporte dirigido de
vehículos y vectores cuya interrupción crea menos un espacio que una
cuenta regresiva, donde el trabajo ocupa el centro del tiempo mientras
el tiempo no controlado de las vacaciones y el desempleo confor-man una
periferia, los suburbios del tiempo, un despeje de actividades donde
cada persona se exilia en una vida de privacidad y privación.
Si, a pesar de los deseos de los arquitectos
posmodernos, la ciudad es privada de ahora en adelante de sus puertas de
entrada, es porque la muralla urbana ha sido largamente resquebrajada
por una infinitud de aperturas y cercados fracturados. Aunque menos
evidentes que aquellas de la antigüedad, ellas son igualmente efectivas,
represoras y segregadoras. Las ilusiones de la revolución industrial
acerca del transporte nos engañaron tanto como al progreso supuestamente
ilimitado. La administración industrial del tiempo ha compensado
imperceptiblemente la pérdida de la territorialidad rural. En el siglo
diecinueve, el intercambio campo/ciu-dad vació al espacio agrario de su
sustancia cultural y social. A fines del siglo veinte, el espacio urbano
pierde su realidad geopolítica en beneficio exclusivo de los sistemas
de deportación instantánea cuya intensidad tecnológica trastorna
incesantemente todas nuestras estructuras sociales. Estos sistemas
incluyen la deportación de gente en el redespliegue de los modos de
producción, el destierro de la atención, de los encuentros humanos cara a
cara y urbanos vis-à-vis a nivel de la interacción hombre/máquina. En
efecto, todo esto participa de un nuevo tipo de concen-tración
transnacional "post-urbana", como lo indica una serie de eventos
recientes.
A pesar del aumento del costo de la energía, las
clases medias norteamericanas están evacuando las ciudades del este.
Siguiendo la transformación de las ciudades interiores en ghettos y
barrios bajos, somos testigos ahora del deterioro de las ciudades como
centros regionales. Desde Washington a Chicago, de Boston a Saint Louis,
los grandes centros urbanos están encogiéndose. Al borde de la
bancarrota, la ciudad de Nueva York perdió en los últimos diez años el
diez por ciento de su población. Mientras tanto, Detroit perdió el
veinte por ciento de sus habitantes, Cleveland el veintitrés por ciento,
Saint Louis el veintisiete por ciento. Ya mismo, barrios enteros se han
convertido en pueblos fantasmas.
Estos presagios de una inminente desurbanización
"post-industrial" prometen un éxodo que afectará a todos los países
desarrollados. Predicha para los próximos cuarenta años, esta
desregulación de la administración del espacio proviene de la ilusión
económica y política sobre la posible persistencia de sitios construidos
en la era del manejo automotriz del tiempo, y en la época del
desarrollo de las tecnologías audiovisuales de persistencia retinal.
***
"Cada superficie es una interface entre dos
ambientes que es regida por una constante actividad que asume la forma
de un intercambio entre dos sustancias puesta en contacto una con otra."
Esta nueva definición científica de superficie
demuestra la contaminación que actualmente está trabajando: el "confín, o
la superficie limítrofe" se ha convertido en una membrana osmótica, tal
cual una almohadilla de tinta. Aún si esta última definición es más
rigurosa que las anteriores, señala un cambio en el concepto de
limitación. La limitación del espacio ha devenido conmutación; la
separación radical, el cruce necesario, el tránsito de una actividad
constante, la actividad de los intercambios incesantes, la transferencia
entre dos ambientes y dos sustancias. Lo que antes constituía el límite
de un material, su "término", su "fin", se ha vuelto un adelante, la
apariencia de las superficies encubre una transparencia secreta, un
espesor sin espesura, un volumen sin voluminosidad, una cantidad
imperceptible.
Si esta situación corresponde a la realidad física
de lo infinitamente pequeño, también corresponde a lo infinitamente
grande. Cuando lo que era visiblemente nada se transforma en "algo", la
distancia más grande ya no excluye la percepción. La expansión geofísica
más grande se contrae a medida que se vuelve más concentrada. En la
interface de la pantalla, todo es siempre ya allí, ofrecido a la vista
en la inmediatez de una transmisión instantánea. En 1980, por ejem-plo,
cuando Ted Turner decidió fundar Cable New Network como una emisora de
noticias 24 horas en vivo, transformó el espacio de vida de sus
suscriptores en una especie de estudio de transmisión global de eventos
mundiales.
Gracias a los satélites, el vidrio de rayos
catódicos lleva a cada vidente la luz de otro día y la presencia del
lugar antípoda. Si el espacio es lo que impide que todas las cosas
ocupen el mismo lugar, esta prisión repentina trae todas las cosas
precisamente a ese "lugar", ese lugar que no tiene localización. El
agotamiento del relieve físico, o natural, y de todas las distancias
temporales "enchufa" toda localización y toda posición. Al igual que los
acontecimientos televisados en vivo, los lugares se vuelven
intercambiables a voluntad.
La instantaneidad de la ubicuidad conduce a la
atopía de una interface singular. Luego de las distancias espaciales y
temporales, la distancia de velocidad destruye la noción de dimensión
física. La velocidad súbitamente se convierte en una dimensión
primordial que desafía todas las medidas temporales y físicas. Este
borramiento radical es equivalente a una inercia momentánea en el medio
ambiente. La vieja aglomeración desaparece dentro de la intensa
aceleración de las telecomunicaciones, de modo de dar lugar a un nuevo
tipo de concentración: la concentración de una domiciliación sin
domicilios en la cual los límites de una propiedad, paredes y cercas ya
no significan el obstáculo físico permanente. En vez de ello, ahora
constituyen una interrupción de una emisión o de una zona de sombra
electrónica que repite el juego de la luz del día y la sombra de los
edificios.
Una extraña topología se oculta en la obviedad de
las imágenes televisadas. Los planes arquitecturales son desplazados por
los planes secuenciales de un montaje invisible. Donde el espacio
geográfico alguna vez fue dispuesto de acuerdo a la geometría de un
aparato de arma-zones rurales o urbanos, el tiempo ahora se organiza de
acuerdo a las fragmentaciones imperceptibles de los lapsos de tiempo
técnico, en los cuales el corte, como las interrupciones momentáneas,
reemplaza a las desapariciones duraderas, el "programa guía" reemplaza a
una cerca con cadenas eslabonadas, de la misma manera en que los
horarios de ferrocarril alguna vez reemplazaron a los almanaques.
"La cámara ha llegado a ser nuestro mejor
inspector", declaró John F. Kennedy, poco antes de ser asesinado en una
calle de Dallas. Efectivamente, la cámara nos permite participar en
acontecimientos políticos y ópticos. Consideren, por ejemplo, el
fenómeno de irrupción por el cual la ciudad se permite a sí misma ser
vista enteramente, o el fenómeno de difracción por el cual su imagen
reverbera más allá de la atmósfera hacia los confines más alejados del
espacio, mientras el endoscopio y el scanner nos conceden ver los
confines más lejanos de la vida.
Esta sobreexposición atrae nuestra atención al
punto en que ofrece un mundo sin antípodas y sin aspectos ocultos, un
mundo en el cual la opacidad es sólo un interludio momentáneo. Noten
ustedes el modo en que la ilusión de la proximidad apenas perdura. Donde
una vez la polis inauguró un teatro político, con su ágora y su forum,
ahora sólo hay una pantalla de rayos catódicos, donde las sombras y los
espectros de un baile comunitario se mezclan con sus procesos de
desaparición, donde el cinematismo transmite la última aparición del
urbanismo, la última imagen de un urbanismo sin urbanidad. Allí es donde
el tacto y el contacto dan lugar al impacto televisual. Mientras la
teleconferencia nos permite conferenciar a larga distancia con las
ventajas que se derivan de la ausencia de desplazamiento, la
telenegociación inversamente nos deja espacio para la producción de
distancia en las discusiones, aún cuando los miembros de la conversación
están cerca unos de otros. Esto es un poco parecido a esos sátiros
telefónicos para quienes el receptor incita vuelos de fantasía verbal
gracias al anonimato de una agresividad por control remoto.
***
¿Arquitectura o post-arquitectura? En los últimos
tiempos, el debate intelectual que rodea a la modernidad parece ser
parte de un fenómeno de irrealización que involucra, en forma
simultánea, disciplinas de expresión, modos de representación y modos de
comunicación. La actual ola de explosivos debates en el interior de los
medios de comunicación respecto de los actos políticos específicos y su
comunicación social ahora también incluye a la expresión
arquitectónica, la que no puede ser excluida de los sistemas de
comunicación, en la medida en que sufre directa o indirectamente la
radiación de varios "medios de comunicación" tales como el automóvil o
los sistemas audiovisuales.
Básicamente, junto a las técnicas de construcción
siempre existe la construcción de técnicas, esa colección de mutaciones
espacio-temporales que en forma constante reorganizan tanto el mundo de
la experiencia cotidiana como las representaciones estéticas de la vida
contemporánea. El espacio construido, entonces, es más que el mero
hormigón y los materiales con los que se construyen estructuras, la
permanencia de elementos y la arquitectura de: detalles urbanísticos.
Ese espacio también existe en tanto la repentina proliferación y la
multiplicación incesante de efectos especiales que, junto a la
conciencia del tiempo y de las distancias, afecta la percepción del
entorno.
Esta desregulación de distintos ambientes es
también topológica al punto de que -en vez de construir un caos
perceptible y visible, tal como el de los procesos de degradación o
destrucción implicados en los accidentes, el envejecimiento y la guerra-
construye en forma inversa y paradójica un orden imperceptible, que es
invisible pero tan práctico como la mampostería o el sistema público de
autopistas. Probablemente, la esencia de aquello que insistimos en
llamar urbanismo se compone/descompone de estos sistemas de
transferencia, tránsito y transmisión, estas redes de transporte y
transmigración cuya configuración inmaterial reitera la organización
catastral y la construcción de monumentos.
Si es que existen hoy en día monumentos de algún
tipo, ciertamente no son del orden de lo visible, a pesar del
retorcimiento y las vueltas del exceso arquitectónico. Ya no son más
parte del orden de las apariencias perceptibles ni de la estética de la
aparición de volúmenes reunidos bajo el sol; esta desproporción
monumental reside ahora en el interior de la oscura luminiscencia de las
consolas, terminales y otros aparejos electrónicos. La arquitectura es
más que un conjunto de técnicas diseñadas para resguardarnos de la
tormenta. Es un instrumento de medición, la suma total de un saber que,
contendiendo con el entorno natural, es capaz de organizar el espacio y
el tiempo de una sociedad. Esta capacidad geodésica de definir una
unidad de tiempo y espacio para todas las acciones entra ahora en
conflicto directo con las capacidades estructurales de los medios de
comunicación de masas.
Se confrontan así dos procedimientos. El primero es
fundamentalmente material, construído por elementos físicos, paredes,
umbrales y pisos, todos ellos con localización precisa. El otro es
inmaterial y por tanto sus representaciones, imágenes y mensajes no
comportan localización ni estabilidad, puesto que son los vectores de
una expresión momentánea, instantánea, con toda la manipulación de
sentidos y la información errónea que ello presupone.
El primero es arquitectónico y urbanístico en
cuanto organiza y construye espacios geográficos y políticos durables.
El segundo acomoda y desacomoda en forma azarosa el espacio-tiempo, el
continuum de las sociedades. La cuestión aquí no es proponer un juicio
maniqueo que oponga lo físico a lo metafísico, sino más bien intentar
asir el estatuto de la arquitectura contemporánea, en particular urbana,
en el marco del desconcertante concierto de las tecnologías avanzadas.
Si lo arquitectónico se desarrolló con el surgimiento de la Ciudad y el
descubrimiento y colonización de nuevas tierras, desde la finalización
de la conquista la arquitectura, al igual que las grandes ciudades, ha
declinado con rapidez. Al tiempo que continuó invirtiendo en equipo
técnico interno, la arquitectura sufrió en forma progresiva un proceso
de introversión, llegando a ser una especie de galería de maquinarias,
un museo de ciencias y tecnologías, tecnologías derivadas del maquinismo
industrial, de la revolución de los transportes y de la así llamada
"conquista del espacio". De allí que tenga sentido pensar que, cuando
debatimos en el presente acerca de las tecnologías del espacio, no nos
estamos refiriendo a la arquitectura sino más bien a la técnica que nos
arroja hacia el espacio exterior.
Todo esto ocurre como si la arquitectura fuera
meramente una tecnología subsidiaria, sobrepasada por otras tecnologías
que producen un desplazamiento acelerado y una proyección sideral. En
realidad, se trata de la naturaleza del hecho arquitectónico, de la
función telúrica del reino de lo contruido y de las relaciones entre una
cierta cultura tecnológica y la Tierra. El desarrollo de la Ciudad, en
tanto reservorio de tecnologías clásicas, ha contribuido a la
proliferación de la arquitectura a través de su proyección en todas las
direcciones espaciales, incluyendo la concentración demográfica y la
extrema densidad vertical del medio urbano, en oposición directa al
modelo rural. Las tecnologías avanzadas prolongaron aún más este
"avance", a partir de la expansión irreflexiva y englobante de lo
arquitectónico, en especial con el desarrollo de los medios de
transporte.
En este momento, las tecnologías de vanguardia
derivadas de la conquista militar del espacio, ya están poniendo a los
hogares, y quizá mañana a la Ciudad misma, en órbita planetaria. Con
satélites habitados, lanzamientos espaciales y estaciones que semejan
laboratorios flotantes de investigación e industria de alta tecnología,
la arquitectura está volando alto, lo que implica curiosas repercusiones
para el destino de las sociedades post-industriales, en las cuales los
marcadores culturales tienden a desaparecer en forma progresiva, junto
al declive de las artes y la lenta regresión de las tecnologías
primarias.
¿Es que la arquitectura urbana se está volviendo
una tecnología fuera de moda, como le sucedió a la agricultura
extensiva, de donde provino la debacle de la megalópolis? ¿Se va a
convertir la arquitectura simplemente en una más de las formas
decadentes de dominar la Tierra, con resultados como la explotación sin
control de los recursos primarios? ¿No ha sido la merma en el
número de las grandes ciudades el tropo para el declive industrial,
forzando el desempleo y simbolizando el fracaso del materialismo
científico?
El recurso a la Historia propuesto por los expertos
del postmodernismo es un truco barato que les permite evitar la
cuestión del Tiempo, el régimen de temporalidad trans-histórica derivado
de los ecosistemas tecnológicos. Si es que existe una crisis hoy en
día, es una crisis de referencias éticas y estéticas, la falta de
habilidad para ponerse de acuerdo con los hechos en un entorno donde las
apariencias están contra nosotros. Con el desequilibro creciente entre
información directa e indirecta que surge del desarrollo de los diversos
medios de comunicación, y su tendencia a privilegiar información
mediada en detrimento del sentido, parece que el efecto de realidad
reemplaza a la realidad inmediata. La crisis de los grandes relatos de
Lyotard traiciona el efecto de las nuevas tecnologías, poniendo el
acento, de allí en adelante, en los medios más que en los fines.
La crisis de la conceptualización de la dimensión se convierte en crisis de la totalidad.
En otras palabras, el espacio sustancial y
homogéneo derivado de la geometría griega clásica da paso a un espacio
accidental y heterogéneo en el que las secciones y las fracciones
termi-nan siendo una vez más esenciales. Así como el suelo sufrió la
mecanización de la agricultura, la topografía urbana siempre ha pagado
el precio de la atomización y la desintegración de las superficies y de
las referencias que llevan hacia todo tipo de transmigraciones y
transformaciones. Esta súbita explosión de las formas de la totalidad,
esta destrucción de las propiedades de lo individual por la
industrialización, se percibe menos en el espacio de la ciudad -a pesar
de la disolución de los suburbios- que en el tiempo -entendido como
percepción secuencial- de las apariencias urbanas. De hecho, la
transparencia hace mucho ha suplantado a las apariencias. Desde
comienzos del siglo veinte, la clásica profundidad de campo ha sido
revitalizada por la profundidad de tiempo de las tecnologías avanzadas.
Tanto el film como la industria aeronáutica despegaron apenas después
que la tierra fuera surcada por los grandes bulevares. Los desfiles en
el Boulevard Haussmann dieron paso al invento de la fotografía en
movimiento acelerado de los hermanos Lumière; las explanadas de Les
Invalides dieron paso a la invalidación del mapa urbano. La pantalla de
pronto tomó el lugar de la plaza pública, y fue encrucijada de todos los
medios masivos.
De la estética de la apariencia de una imagen
estable -presente en tanto aspecto de su naturaleza estática- a la
estética de la desaparición de una imagen inestable -presente en su
vuelo de escape cinemático y cinematográfico- hemos sido testigos de una
transmutación de las representaciones. La emergencia de formas como
volúmenes destinados a persistir tanto como sus materiales se lo
permitiesen, ha dado paso a imágenes cuya duración es sólo retinal. Así,
más que la Las Vegas de Venturi, es Hollywood quien detenta el saber
urbanístico ya que, después de las ciudades-teatro de la Antigüedad y
del Renacimiento italiano, fue Hollywond la primera Cinecittà, la ciudad
del cine viviente donde los decorados y la realidad, las listas de
contribuyentes y los guiones de cine, la vida y la muerte en vida se
fundieron y mezclaron en delirio.
Aquí más que en ninguna otra parte las tecnologías avanzadas se combinaron para formar un espacio-tiempo sintético.
Babiliona de la deformación, zona industrial de la
vanidad, Hollywood fue construida, vecindario a vecindario, cuadra a
cuadra, sobre el resplandor de las apariencias, el éxito de los
trucos de prestidigitación, el surgimiento de producciones épicas
como las de D.W. Griffith, a la espera siempre de las urbanizaciones
megalomaníacas de Disneyland, Disney World y Epcot Center. Cuando
Francis Ford Coppola, en One > From the Heart, incrustó
electrónicamente a sus actores dentro de una Las Vegas de tamaño real
construída en los estudios Zoetrope de Hollywond (sólo porque el
director quería que la ciudad se adaptara a su plan de filmación y no al
revés), venció a Venturi, no por demostrar la ambigüedad de la
arquitectura contemporánea, -sino por exhibir la índole "espectral" de
la ciudad y de sus habitantes.
La utópica "arquitectura en papel" de los '60 se
enfrentó a los efectos especiales del video electrónico de Harryhausen y
Tumbull en el preciso momento en que las pantallas de computadora
irrumpieron en los estudios de arquitectura. "El video no significa: yo
veo; significa: yo vuelo", según palabras de Nam June Paik. Con esta
tecnología, la "vista aérea" ya no involucra alturas teóricas en escala.
Se ha convertido en una interfaz opto-electrónica que opera en el
tiempo real, con todo lo que ello implica para la redefinición de la
imagen. Si la aviación -que apareció el mismo año que la cinematografía-
implicaba una revisión del punto de vista y una mutación radical de
nuestra percepción del mundo, las tecnologías infográficas forzarán
asimismo un reacomodamiento de la realidad y sus representaciones. Ya
podemos ver esto en " Tactical Mapping Systems", un videodisco producido
por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada del Departamento
de Defensa de los Estados Unidos. Este sistema ofrece una vista
constante de Aspen, Colorado, acelerando o desacelerando la velocidad de
54.000 imágenes, cambiando la dirección o las estaciones del año con la
misma facilidad con la que cambiamos de canal de televisión,
convirtiendo a la ciudad en una especie de galería de tiro en la que las
funciones de la vista y del armamento se confunden entre sí.
Si una vez la arquitectura se definió a sí misma en
función de la geología, en función de la tectónica de los relieves
naturales, con sus pirámides, torres y demás mañas neo-góticas, en el
presente se define en función del estado de las artes tecnológicas,
cuyas vertiginosas proezas nos exilian del horizonte terrestre.
La metrópolis actual, neo-geológica, como el
"Monument Valley" de alguna era pseudolítica, es un paisaje fantasmal,
el fósil de sociedades pasadas cuyas tecnologías estaban íntimamente
ligadas a la transformación visible de la materia, un proyecto del que
las ciencias se han apartado en forma creciente.
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